Un final de semana cuando menos peculiar y sin duda delirante este que acaba de transcurrir. Si cada concierto es un mundo y todos, aunque fueran en el mismo lugar, son muy diferentes (por lo menos en mi caso, que hay músicos que le dan a la manivela y les van pasando las canciones sin pena ni gloria) estos dos últimos conciertos, como pack, se han cubierto de gloria. Por muy diferentes y distantes razones.
El jueves toqué entre estrellas y el sábado entre montañas.
El jueves 28 de marzo tenía una cita con unos cuantos artistas de mi tierra en el Planetario de Pamplona, porque celebrábamos precisamente el 25º aniversario de su inauguración. Este concierto nació del disco temático que grabamos con motivo de dicho aniversario, a el cual aportamos cada un@ una canción que, como premisa, hablara del cielo, las estrellas, la luna, el espacio…
Cuando juntas un buen puñado de artistas, en este caso músicos, ocurre que evidenciamos la esencia de nuestro oficio, de nuestro mundo, tan lejano y diferente a muchos otros campos de nuestra sociedad.
Si juntas tenistas, futbolistas, pilotos, albañiles, abogados, ciclistas, cerrajeros, camareros… esas son actividades, profesiones, en las que normalmente se suele establecer quién es mejor que quién, como en tantísimas otras actividades humanas. Eso con los artistas no se puede hacer, no existe esa forma de medir en nuestra dimensión paralela. En el mundo del arte no hay mejores ni peores porque el misterio, la esencia de lo que hacemos, no está en hacerlo mejor o peor que otros, está en hacerlo diferente. Al menos así lo entiendo yo. Un artista es más interesante cuanto más especial y personal sea su propuesta. El logro es ser diferente y auténtico, no mejor o peor, eso queda para la autoexigencia de cada cual y para los que se empeñan en juzgar y en poner notas y etiquetas.
Dicho de otra forma, hay much@s, por ejemplo músicos con muchos estudios y diplomas, l@s hay con unas dotes naturales increíbles, pero eso no es arte, eso es pericia, tenacidad y capacidad. No es transmisión, no es comunicación, no es ni transgresión ni alteración. Hay grandes virtuosos que no dicen nada, o dicen poco más allá de lo impresionante que sea su capacidad técnica, y sin embargo hay manos torpes y voces ínfimas y sin academia ni refinamiento, ni técnica, ni naa, que te pueden desgarrar el corazón, te pueden elevar al cielo o hundir en el infierno, o llevarte a lugares a los que jamás otra cosa te podría llevar (y menos el virtuosismo), y es@s son l@s artistas. Eso es el arte. Impregnar al entorno humano y espiritual de una esencia.
Los artistas somos almas que necesitan expresar de forma artística y poética, estética o surrealista o distorsionada o tamizada o…, lo que nos corre por dentro. Puede ser que lo hagamos para contar, para opinar, para reflexionar, para divertir, para emocionar… pero siempre es con el alma por delante. En esto, en nuestro mundo, el ritmo lo marcan las tripas, los latidos, las inquietudes, la sangre y el sudor, los miedos y las alegrías, el temor y la determinación; no las pautas académicas, ni el dinero, ni el conómetro, ni las críticas, ni las puntuaciones, ni el éxito social, ni tan siquiera el ego y sus pretensiones, por muy imprescindible que sea el ego en nuestro micro cosmos escénico. Porque ego tiene todo el mundo, pero cuando hay arte de verdad, ese arte siempre pasa por encima de todo lo demás, al menos en el escenario. Cuando es de verdad nada se interpone en su camino y en su expresión.
El jueves pasamos por el escenario del planetario una abanico de artistas de diferentes tendencias y pedradas, cada un@ con su canción y cada canción con su historia. Fue una ocasión única por muchas razones, el lugar, la colección de personajes, la temática, la variedad y, por supuesto, el entorno. El público (200) recostado en las fantásticas butacas semi tumbadas, la tremenda cúpula dibujando firmamentos, imágenes, viajes, lugares inalcanzables y sueños para despiertos; fruto todo esto del esfuerzo y el trabajo detallado que hicieron los técnicos del Planetario para acompañar y perfilar cada canción y su letra con imágenes, cada atmósfera y cada viaje que nosotros proponíamos. No soy capaz de imaginar cuándo habrá otra oportunidad de ver un concierto como este, con todos estos alicientes y peculiaridades, pero será entre nunca y casi nunca. No soy capaz de imaginar si la habrá.
Y esto lo organizó mi viejo amigo Gussy, que editó el disco con su sello El Gringo, grabó gran parte de los temas y se encargó de ponernos de acuerdo a tod@s y de gestionar todos los detalles del concierto junto con El Planetario. Él no sé si será consciente todavía del tinglado único y mágico que se echó a la espalda, ya lo será cuando tenga perspectiva, pero de momento desde aquí mi agradecimiento por hacerlo posible y por darme la oportunidad de colaborar en algo tan bonito y de volver a ver (y poder compartir escenario) a viej@s colegas y conocer a nuevos descubrimientos, que siempre da vida el aire fresco. Creo que tod@s estaremos de acuerdo en esto de que Gussy se ha ganado nuestro aplauso. Disfrutar de las actuaciones de mis compañer@s con sus peculiaridades y sus personales puntos de vista fue emocionante y sin duda inspirador.
Mi participación fue como Pablo Works (ya sabéis que Pablo Líquido reniega de canciones propias) con el tema LUNA, una canción de mi primer disco, el que grabé en directo en el Teatro Gayarre en 2001, que he regrabado expresamente para esta colaboración con El Planetario.
Es una canción que no tocaba hace 16 ó 17 años, y lo hice con la acústica, instrumento que tampoco tocaba en directo desde hace más de cuatro años, y añadí un stomp box, un pedal a modo de bombo para llevar el ritmo con el pie, que compré hace poco, y estaba loco por estrenar, quedara como quedara. Es decir, aproveché para poner en escena, aunque fuera un poco a trompicones, lo que será el primer formato de directo de Pablo Works, voz, acústica y stomp box.
El público agotó las entradas y fue atento y paciente con los entre actos, que tanto músico cambiando de instrumento y entrando y saliendo de escena en un show casi improvisado sobre la marcha no fluyó todo lo que hubiéramos querido y deseado. Lo comprendieron y nos lo perdonaron. Gracias.
Si esto fue un jueves, ese mismo sábado volvía a mi queridísimo Candanchú (donde nos conocimos Gussy y yo hace más años de los que podéis imaginar) a rematar, un año más, la carrera de esquí de travesía Causiat Extreme, y un año más, y pese a ser en un horario mucho más temprano, acabamos liándola parda. Esta vez empecé de día y otra vez acabé bien entrada la noche. Un público otra vez entregado, que capitaneaban un buen surtido de chaval@s que se lo pasaron en grande y se implicaron a fondo en el concierto, y eso no impidió de ninguna manera que l@s mayores viviéramos nuestro concierto (birra o cubata en mano) y l@s chiquill@s el suyo. Y tod@s tan content@s!
La nota peculiar de empezar de día fue que a mi espalda todo era cristalera y tras ella montañas al atardecer, las pistas de Candanchú despidiendo una preciosa jornada de esquí. Difícil imaginar un fondo más impresionante. Además, en este evento para mí hay siempre algo muy especial en el ambiente por lo que significa esa estación y muchas de las personas que había entre público en la historia de mi vida. Cuando empiezas con la carne de gallina…
No diré que lo de este final de semana son demasiadas cosas en tan poco tiempo, porque nunca es demasiado y porque tengo el curriculum de lugares y vivencias repleto de experiencias especiales y únicas, distantes, inenarrables y atípicas, pero sí diré que este Planetario-Candanchú ha sido un binomio verdaderamente impactante y memorable. Los he disfrutado de principio a fin.
Queridas, queridos, nos vemos por los lugares a los que nos lleve la vida y en los que la fortuna tenga a bien que nos crucemos. Es decir, bares, discotecas, plazas, playas, calles, planetarios, estaciones de esquí…
Besos y mucho amor!
Pablo Líquido