¿Cuántas veces parece que nunca va a llegar algo, o que nunca se va a acabar?
Acaban de pasar cuatro meses desde que di el último concierto acústico.
Desde entonces sólo he tocado una acústica en la juerga post-concierto en La Lifara de Biescas, el 24 de enero.
Fácil podréis, si no imaginar sí comprender, lo complicado que se antoja afrontar semejante cambio y desafío.
Dejar un formato que dominas, en el que eres incomparable (no simpatizo con la falsa modestia), y en el que se basa toda tu vida y tu supervivencia, para empezar a elaborar casi desde cero absolutamente todo.
Menos las letras de las canciones, todo.
Un concierto de Pablo Líquido sigue siendo lo mismo en esencia, porque los hago con el mismo espíritu y la misma intención, y sigo siendo yo, pero a nivel físico, técnico y práctico para mí ha cambiado todo.
Sabía, como sabía cuando dejé de forma radical mis profesiones justo anteriores (técnico de sonido y actor) para dedicarme a cantar en bares sin tener otro sustento, que hay cosas que o las haces o las vas a arrastrar entre tus miserias toda la vida.
Es una cuestión de valor, de determinación, de confianza. No hay lugar para remilgos.
El «ahora o nunca».
Y miras hacia adelante y ves una larga cuesta arriba… pero siempre me gustó la bici y siempre me sentí de monte. No soy perezoso.
Vengo mascullándolo desde hace años, lo del eléctrico, pero fue una curiosa noticia la que detonó en octubre la decisión: «Dejo la acústica y cambio mi show».
La acústica es la esencia del folk, del pop y del rock, pero este último se destapó cuando la guitarra eléctrica empezó a saturar las válvulas del amplificador. Eso es indiscutible.
Desde entonces no he cesado ni un sólo minuto de ni un sólo día en las planificaciones, preparaciones, inversiones, trabajos, ensayos, grabaciones, etc…
Lo he intentado en tres ocasiones montando bandas, pero para jugar a tenis dependes de ti, de tu capacidad de entrenar, de implicarte, de asumir victorias y derrotas, de tu autocrítica… montar un equipo de fútbol es mucho más complicado, dependes de los demás y de sus circunstancias. Me encantaría, pero hoy no es viable.
¿Los cambios? Ahora toco de pie, nada que ver. Ahora toco la eléctrica, nada que ver. Ahora no llevo monitor, voy con pinganillo, ahora llevo música grabada, sonidos, pedalera con la que interactúo permanentemente, ordenador con las luces programadas….
Por el camino grabar y mezclar las bases, programar las luces, programar la pedalera de guitarra, sacar y preparar solos y arreglos… encontrar el material adecuado probando, cambiando, comprando y vendiendo guitarras, pastillas, cuerdas, púas, ampli, focos, software de sonido, software de luces, In-ear monitoring, efectos de voz, flycases de transporte…
Todo esto lo tenía completamente dominado, controlado y hecho en mi anterior formato.
Si no me meto en el eléctrico me ahorro un pastizal, y me ahorro dos meses encerrado y obsesionado, sin dar conciertos.
Pues decidí liarme la manta a la cabeza. Ya veis.
Me podía haber quedado como estaba, sin problemas. De hecho cuando me de la gana puedo volver a el acústico sin despeinarme; ocurre que a mí me gusta despeinarme.
El nuevo show me cuesta exactamente el doble de tiempo montarlo y desmontarlo cada día de lo que me costaba el acústico.
Llevo sólo 12 conciertos. Después de este finde serán 14, y al final de año cerca de 60… Cada día aprenderé cosas nuevas, y mejoraré, e incluiré canciones, retocaré luces, cambiaré sonidos de guitarra y perfeccionaré los solos. Me aclararé mejor con la pedalera, con los movimientos sin que se me caiga el pinganillo, con el ordenador…
Con el acústico ya no tenía que hacer nada, sólo dar los conciertos y afinar la guitarra entre canción y canción. Mi situación actual es mucho más agotadora y emocionante. Cada concierto es un reto y cada canción está absolutamente infestada de detalles que tengo que recordar, y tener en cuenta, y ejecutar.
Me quedan cientos de detalles que pulir y cosas con las que luchar, y eso me ilusiona.
Lo que hacía con la acústica era excepcional, pero para los demás, músicos y público, pero para mí no tenía misterios, sólo tenía que poner mi alma, mi energía desbordada y dejarme llevar; y mi cuerpo me pide retos, me pide lucha. El alma no la pierdo, eso se tiene o no se tiene, la energía tampoco se pierde, se puede canalizar mejor, pero ahora en cada concierto es todo más excitante para mí.
No sé si me entenderéis. Aunque supongo y/o deseo que sí.
Como veis en los pies de las fotos son 12 conciertos bien diseminados geográficamente, para darme aire y tiempo, los que he dado hasta hoy.
He ido probando y aprendiendo, comprobando reacciones y escuchando comentarios y críticas. Como en cualquier cosa que hagas en la vida, más si haces cambios, a alguien le parecerá mejor y a alguien peor, pero me esperaba un comienzo más duro, más criticado.
En verdad que conforme voy aclarándome con los cambios tecnológicos y prácticos los conciertos van cogiendo el mismo ambiente de siempre, sólo los primero cuatro o cinco conciertos han sido un poco menos distendidos porque yo no daba abasto.
Veo las fotos de los primeros bolos y recuerdo la locura que era todo, y lo mismo pensaré dentro de un tiempo de los que acabo de dar y de los que daré este finde en La Mancha, y el finde que viene en Valladolid y Ourense. Me encanta estar otra vez sumergido en un proceso de aprendizaje y pugna sin posibilidad ya de escapar. Me va la marcha.
Estoy peleando por progresar, por cambiar a mejor, y por, sobre todo, no estancarme.
Han pasado cuatro meses desde mi último acústico, y no lo echo de menos.
Me estoy divirtiendo y sé que me voy superando, y que avanzo, y que más avanzaré.
Después de 15 largos años de gira acústica ininterrumpida, ahora hace cuatro meses que no doy un concierto acústico, y no lo añoro.
Me gusta el eléctrico. Me gusta la eléctrica.
Cada día me divierto más.
Sólo os podría echar de menos a vosotr@s.
Sin eso sí que no podría vivir. Sin vosotr@s no hay nada.
Hasta pronto entonces
Pablo Líquido