El título de este artículo no tiene nada que ver con la angustiosa novela de Kafka que, por cierto, no me atrevería a recomendar a nadie. A mí me agotó. Empatizo demasiado.
Con «El Proceso» me refiero a…
(sígase por favor el estrictamente cronológico proceso fotográfico a partir de aquí, que luego lo explico)
Ser desconocido mediaticamente supone un mar de desventajas (vamos a ver lo que conocemos) pero también un buen puñado de ventajas que, a mi modo de ver, compensan la ausencia de las primeras. Según veas la vida, claro es.
Para mí son pequeños privilegios de ser un Don Nadie.
Según entiendo las cosas vivo un continuo «proceso» de aprendizaje (en realidad como cualquier artista), proceso que a estas alturas se encuentra en un estado ya muy avanzado, y con esto quiero insinuar que en breve quizá vaya a dar un impulso meditado y calculado hace muchos años para encontrar mi nuevo lugar en la selva. El que sea que me corresponda teniendo en cuenta todos los aros por los que desde luego no voy a pasar, ni en broma.
Algunos tienen la suerte de «triunfar» jóvenes y otros tenemos la «suerte» de no haber «triunfado» y disponer así de nuestra vida para hacernos adultos y artistas al mismo tiempo. Sin la presión de la fama y de la industria. Sin prisas.
De todas maneras yo no hubiera sabido llevar ese posible éxito cuando era joven, ni ahora mismo creo que pudiera asimilarlo. Para eso hay que valer, y creo que yo no valgo. Me superaría. Me cuesta mucho menos esfuerzo trabajar que tragar, ser que aparentar.
Al margen de esos «procesos» y otros de los que ya hablaremos en otro momento, porque ahora no vienen al caso, el proceso al que me refiero hoy sobre todo es el del día a día, mejor dicho el del concierto a concierto, de cómo empiezan a cómo acaban. Procesos que son enriquecedores retos que acostumbran a convertirse en profundas satisfacciones.
Y llegamos a una de las ventajas de ser «desconocido».
Muchísimas veces he llegado a tocar a lugares donde absolutamente nadie sabía quién era yo, ni qué hacía. Eso me encanta.
Partimos de cero. De lo que seas capaz de hacer y de lo que seas capaz de sorprender.
Esta historia la cuento porque al ver las fotos del concierto del domingo 28 de agosto en Belorado (Burgos) se me ha quedado una sonrisa bobezna en la cara.
En realidad esta la historia de mi vida, de mi carrera; siempre llego, monto, la gente me mira más o menos curiosa, más o menos reticente, hago mi trabajo y cuando termino el concierto algo ha cambiado, ya soy parte de la historia del lugar.
Unas veces más y otras menos, claro es.
Lo que consigo cada día no va con un «nombre» por delante, no es siempre en condiciones favorables (casi nunca), y además no me sirve para el día siguiente.
Esto es parte de un trato que asumimos al elegir esta profesión, puedes tocar la gloria pero al día siguiente partes otra vez desde el barro, y lo que hayas hecho no vale para nada, tienes que demostrar cada día lo que eres.
Si sales por la tele es otra cosa. Esa es otra liga y otro mundo. La pantalla hace que existas, te mete en las casas y en las vidas de la gente periódicamente, te da una credibilidad que quizá no tengas, y te convierte en «alguien» aunque seas un trozo de musgo.
Estábamos en que en niveles no mediáticos cada día tienes que empezar de cero, con público nuevo, un lugar diferente, una situación que en nada se parece a la anterior…
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Tengo la suerte de que hay cosas de una actuación en directo que no sólo no se pueden grabar en vídeo ni fotografiar, es imposible reproducirlas, inalcanzable, sino que tampoco se pueden almacenar en nuestra memoria. Sólo recordamos una sensación, pero nunca sabemos qué nos llevó a ella exactamente.
Son ya muchos años de gira ininterrumpida, sin descansos ni tiempo para ver las cosas con perspectiva pero, eso sí, viendo y viviendo el día a día. Son 17 años haciendo lo que hago, sin descanso, y sé bien de lo que hablo.
Hay gente que se empeña en asegurar que he mejorado, y yo les aseguro que eso no es cierto, no exactamente, porque aunque vas cantando un poco mejor, vas tocando un poco mejor y vas siendo más maduro y más músico y más artista, más experimentado, hay grandes noches y conciertos de hace muchos años que ahora no podría repetir, no sé si sabría cómo alcanzar semejantes clímax. Lo que hago ya lo hacía.
Siempre he sido así y creo que siempre he hecho algo auténtico, siempre lo he hecho con pasión y sinceridad, hasta el final, y siempre ha sido, es y será efímero, como la vida misma.
Cada día más gente dedica más tiempo a grabar alguna canción en los conciertos, pero yo creo que se están perdiendo ese momento, y que en vídeo es irrecuperable.
No sé por qué nos agarramos a las cosas que han pasado, o por qué gastamos el tiempo de vivir algo tratando de capturarlo.
Yo tengo bien asumido que lo que hago cada día, cuando cierro los ojos para dormir, se ha marchado, y miro al día siguiente con lujuriosa ilusión y determinación.
Nada se detiene.
Una persona que vive de y por el escenario no puede mirar atrás nunca, porque pierde el paso de lo que viene delante. Bueno, en el escenario y en la vida en general.
Vivo con emoción infantil el proceso de cada concierto, cada viaje, cada montaje del equipo, cada recogida y cada noche en la furgoneta. Sé que no lo puedo grabar para que perdure y sé que lo único que lo prolonga en el tiempo es haberlo compartido con alguien, con Virginia cuando íbamos los dos, y siempre con vosotr@s. Siempre.
Ahora revisad por favor las fotos de este artículo por orden (menos la primera que es de este sábado pasado), y veréis «el proceso» del concierto en Belorado, donde tocaba por primera vez. No eran fiestas, era un domingo por la tarde después de un concurso gastronómico. La sucesión de imágenes durante las dos horas y media del concierto lo dice todo.
Empecé más bien solo y terminé muy bien acompañado.
Me encantan estos «procesos» y el reto de conseguir que la gente acepte lo que ofrezco.
En principio sólo canto clásicos de rock en inglés, pero bien sabéis que eso es sólo una tapadera, una coartada, que detrás está mi pasión por la gente, por la música, por la alegría… por la vida. Cómo me gusta mi oficio!
Somos una memoria colectiva, y yo me rindo a ella, sí, pero confiando en sus fisuras y en ser capaz gracias a ellas de volver a sorprenderos una y otra vez.
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En Belorado hoy ya nadie sabrá muy bien qué pasó, qué hizo exactamente un tal Pablo Líquido, pero cuando recuerden esa tarde seguramente esbozarán una sonrisa.
Y si vuelvo allí volverá a suceder, en eso consiste mi trabajo.
EL PROCESO… Y LA MEMORIA. Pequeños privilegios de ser un Don Nadie.
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Pablo Líquido… soy porque sois
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Pd: Vienen dos tardes cantando en el Teatro Gayarre de Pamplona con Iker Piedrafita, Tonino Carotone y Andoni Arcilla, llevados en palmitas por la Banda La Pamplonesa. Habrá grandes momentos, seguro. Por si a alguien le pudiera interesar… ELLOS Y LA PAMPLONESA
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