Categorías
conciertos noticias reflexiones

LAS CURVAS DE BOTAYA

Para llegar a Botaya (Huesca) no hay ninguna autovia. Mejor.

«Cerca de Jaca, tomas el desvío que lleva primero a Santa Cruz de la Serós, y luego al increíble pero cierto, y milenario, Monasterio de san Juan de la Peña, y un poco más adelante, a la derecha, encontrarás el retorcido acceso a la sinuosa carretera que desemboca en Botaya, a donde os llevo hoy.»

Hay lugares en este mundo que son lo que son gracias a su aislamiento.
Dicho de otra manera, hay muchísimos rincones en este planeta, incontables, que los hemos jodido facilitando el acceso para nuestros torpes y humeantes vehículos invasores.
No es Botaya uno de ellos.
Vale, si tienes una urgencia estás por la zona del culo del mundo a cojón y medio de el botiquín más cercano, se recomienda salud y esquivar accidentes; pero si no tienes una urgencia… ¿Cuántas veces necesitamos todo lo que nos rodea? ¿Cuánto nos sobra tanta cosa?… tanta cosa que nos ahoga y nos acorrala, y nos hace menos sencillos y menos humanos.

Este año, algunos de los asistentes a las indescriptibles Fiestas de Botaya, no llegaron en coche, ni en bici, ni a caballo… llegaron en burros.
No, no es broma. Llegaron montados en burros bajo la tupida lluvia que les acompañó el viernes en su travesía entre las montañas. Con eso lo digo casi todo.

Los «jarretes» asados para la cena sí vinieron motorizados, pero conducía un humano.
Al entrar en el Reyno de Botaya nos vimos obligados a maniobrar para evitar rozar sus dos castillos. Sí, se ve que con la popularización de las fiestas, y la consecuente mayor afluencia de gente, el castillo hinchable que estos últimos años estaba destinado al alboroto de los más pequeños, se había quedado corto para la creciente demanda de saltos y botes varios. (Durante el concierto nos repartimos el público entre los castillos y yo)
Dos señores castillos, ni uno más, ni uno menos. Titular: «Opulencia en el más allá».
Para el año que viene propongo a los arquitectos de tan magnas obras que los ladeen un poco más para que puedan pasar con un poco más de holgura los vehículos que no son burros, caballos, cabras… porque si tengo que llevar el equipo de sonido y luces a lomos de bueyes… que me avisen que, o salgo hoy mismo o no llego a tiempo.

La cosa es que después de alguna cerveza y tras unos bailes populares en acompañando a una banda de músicos tradicionales que también son parte de las costumbres botayescas con violín, guitarra, gaita, cajón… al más puro estilo, pues eso, de toda la vida; después, como digo, después de bailar con la dudosa gracia que tenemos alguno, y después de montar el equipo y demás, el recinto ferial, la carpa, se convirtió por obra de la colaboración popular en un inmenso comedor. Inmenso no por ser muy grande, sino porque lo ocupaba todo!
Es ahí, en la cena, cuando el vino y el murmullo se entremezclaban, cuando sirvieron los «jarretes de corderico». Y es ahí donde comienzan mis fundadas sospechas conspirativas.
Porque hasta ese momento la gente tenía un comportamiento normal, habitual, y es en alguna «especia secreta» con la que sazonaron los jarretes, probablemente alguna pócima herencia de brujas y meigas, donde el pueblo sufrió su transformación. La que tantas horas duró y que ahora, a buen seguro, nadie recordará.
Y veía yo a ell@s bailar, y cantar, y abrazarse, y reír… no llegué a apreciar de entre las llamas la imagen perversa de belcebú, ni sentí el aliento de las hadas susurrándome al oído versos ni conjuros, pero me tragué todo el polvo que las hordas de dicharacheros botayenses y allegados levantaban al bailar.
No me tragué todo el polvo, no, buena parte se impregnó al equipo, mesa, focos, altavoces, guitarra… pero la parte que me tragué es la que me ha dejado medio mudo.
Tal fue la posesión de la que eran víctimas las personas presentes que terminamos bautizando a ese efecto como «Jarrete´s power», y al grito de «botayenses y botelleros» (por manifiesto desconocimiento del gentilicio) siguió la fiesta, los brindis, los cánticos, las risas y el concierto, siguió más de lo que duró mi polvorienta garganta.
Ayer y hoy calladico estoy.

Ya sabéis que hay cosas, las buenas, que no se pueden contar; que o las vives o no.
Por eso no voy a tratar de narrar lo que aquella noche aconteció en el Reyno de los dos castillos de Botaya. No voy a intentar detallar tampoco los efectos de los jarretes embrujados en el ánimo popular, el famoso «Jarrete´s Power».
No voy a amagar con un relato que se quede corto. Me frustraría.
No, me quedo con el recuerdo y con parte del polvo que levantamos esa noche mágica. La otra parte se la repartieron entre todos, en las ropas, los calzados, pulmones, cabellos, ojos….
Este sábado en Botaya podemos decir… menudo polvo echamos!!!!

Gracias, por tercer año consecutivo, a las gentes de Botaya y allegados por darnos tan caluroso recibimiento y por compartir ese polvazo.
Gran concierto, poco ortodoxo (que son los buenos), gran noche de estrellas, grandes castillos, grandes personas, mucho amor y las sonrisas grabadas en nuestras retinas.

Sólo las tremendas curvas, en estrecha carretera a ninguna parte, que alejan a Botaya del mundanal ruido de la civilización podrán preservar esa magia exclusiva de los lugares que mantienen su esencia. Sólo esas curvas lo salvan.
Benditas sean LAS CURVAS DE BOTAYA.

Pablo Líquido

 

2 respuestas a «LAS CURVAS DE BOTAYA»

¡Hola Pablo! he leído tu ingeniosa reseña de los Jarrete’s Power y sus castillos y la encuentro a nivel de tus actuaciones, GENIAL, ya sabes que en este lejano mundo que es Botaya os tenemos una gran estima y valoramos tu buen hacer, desde hoy voy a proponer haceros hijos predilectos, a ti y como no a Virginia, en la próxima ocasión os recibiremos con la Banda Municipal de Botaya.

Un abrazo

Jajajajaja!!!! Graciaaaasss!!!
Bien sabéis que en vuestro pueblo nos sentimos como en casa. Esperamos que para la próxima ocasión habilitéis algunas estancias de los castillos para darnos cobijo a nosotros, a nuestros nobles escuderos y, cómo no, a nuestros burros!!» Jajajajajaja!!!
Un saludico y VIVA BOTAYAAAAA!!!!!!

Deja una respuesta